Política

Libro:»Posdemocracia» de Colin Crouch


En esta entrada trataré de resumir la tesis del sociólogo británico Colin Crouch que expone en su libro «Posdemocracia». La obra es básicamente una larga introducción de este nuevo concepto creado por Crouch: “la Posdemocracia”. Bajo esta denominación Crouch intenta conceptualizar la actual situación política, en la que el ideal democrático va degenerando rápidamente debido al capitalismo globalizado y a unos partidos políticos que han perdido su base social y que parecen más “tenderos” que otra cosa. Si después de este post decidís leer el libro pienso que haré bien en avisaros que sus premisas y algunos de sus argumentos parten de una visión marcadamente izquierdista. Esto afecta en ocasiones al rigor de la obra. A pesar de ello, el esfuerzo intelectual que hace Crouch para explicar lo que ocurre en las democracias occidentales es notable y puede aportar al lector elementos de análisis valiosos. Por último y antes de empezar, Crouch tiene como referente principal la situación socioeconómica de Gran Bretaña. Aunque intenta poner ejemplos de otras latitudes, en ocacsiones se centra demasiado en los elementos propios del contexto británico y pierde perspectiva global (algunas de sus hipótesis no aguantan bien la traslación a otros escenarios).

El comienzo del siglo XXI está siendo testigo de cómo la democracia representativa atraviesa un momento paradójico. En cierto sentido se puede afirmar que ésta disfruta de un auge histórico a nivel mundial. En las últimas decadas diversos estados han adoptado instituciones democráticas, con elecciones más o menos libres y limpias según el caso. De hecho, aunque solo contabilicemos las democracias liberales “reales”, el número de ellas es considerablemente superior al de cualquier otro momento histórico.

Sin embargo, en las democracias estables de Europa Occidental, Japón, USA y otras regiones del mundo (en las que se suele considerar la democracia representativo como un sistema bien arraigado), el tema se ve con menos optimismo. La legitimidad de los políticos en estos países se ve menguada por la cada vez más baja participación electoral, y es que, al parecer, a la gente le cuesta cada vez más confiar en éstos. Esto es bastante preocupante -apunta Crouch- pues un sistema liberal-democrático sin una participación electoral alta es potencialmente inestable. La participación electoral es un elemento clave para asegurar un funcionamiento institucional «ágil» y para dar crédito al mito del poder popular sobre las élites gobernantes. A la larga, si este fenómeno va en aumento, la tarea de gobernar y de formar gobierno se convertirá en una cuestión difícil para los estados en los que ocurre esta situación.

Crouch remarca que actualmente las democracias se definen exclusivamente como democracias liberales (modelo que no deja de ser una forma históricamente contingente pero no la última palabra sobre el asunto). La democracia liberal destaca la participación electoral como el tipo principal de actividad política en el que puede implicarse el grueso de la población; otorga una amplia libertad a los grupos de presión para que desarrollen sus actividades y consagra un tipo de comunidad política que se abstiene de interferir en la economía capitalista. Se trata de un modelo elitista que muestra escaso interés  por la existencia de una profunda implicación ciudadana o por el papel que puedan desempeñar aquellas organizaciones ajenas al mundo de los negocios.

Pero para Crouch la democracia (idealmente) prospera cuando existen más oportunidades de que una gran parte de personas corrientes intervenga activamente  en el diseño de la agenda pública. No sólo a través del voto sino también de la deliberación y de la participación en organizaciones autónomas; cuando se aprovechan activamente esas oportunidades; y cuando a las élites no pueden controlar ni banalizar en exclusiva las modalidades del debate público.

En el modelo liberal imperante en las democracias occidentales, aunque las elecciones existan y se puedan cambiar los gobiernos cada cierto tiempo, el debate electoral se limita a un espectáculo que está estrechamente controlado y gestionado por equipos rivales de profesionales expertos en técnicas de persuasión. El debate que se centra solamente en una pequeña gama de cuestiones escogidas por estos equipos. La mayor parte de los ciudadanos desempeña un papel pasivo, inactivo e incluso apático y responde únicamente a las señales que se le lanzan. Más allá de este espectáculo del juego electoral, la política se desarrolla entra bambalinas mediantes las interacción entre los gobiernos elegidos y unas élites que, de forma abrumadora, representan los intereses de las empresas.

Al comparar este último model o con el modelo ideal que hemos visto más arriba, Crouch estima que estamos más cerca de un extremo posdemocrático,  o lo que es lo mismo, que estamos más alejados del ideal democrático que en épocas anteriores. Esto -según él- explicaría esa generalizada sensación de desencanto y decepción con el grado de participación pública y con las relaciones entre la clase política y la mayor parte de los ciudadanos, sensación que es posible apreciar en muchas de las democracias occidentales.

¿Y por qué el autor afirma que el modelo actual es posdemocratico? Porque, en cierto sentido, estamos volviendo a situaciones características de la época pre-democrática. Crouch considera que el momento más democrático de la historia contemporánea fue a mediados del siglo XX, cuando se consiguió el reconocimiento de diversos derechos sociales y la implantación del Estado de Bienestar en varios países occidentales,  cosa en buena parte  posible gracias al diálogo entre los gobiernos y los grupos sociales populares representados por sindicatos y partidos de izquierda. Desde los años 70 hasta ahora se han ido perdiendo o difuminando algunos de los derechos conseguidos en la década de los 50-60. Por ello, se podria afirmar que dentro de la «parábola democrática» estamos actualmente más cerca del extremo “pos”, es decir nos situamos en un punto posterior al punto álgido, un punto donde el nivel democrático ha bajado respecto al nivel máximo alcanzado en ese mejor momento democrático.

Según Colin Crouch,  gran parte de las democracias occidentales se encuentran o «tienden» a un momento posdemocrático, donde la intervención de la población en las decisiones colectivas es cada vez menor comparada con el momento álgido democrático de medidados del S.XX.

Esta tendencia negativa se observa sobre todo en cómo la clase obrera se ha ido convirtiendo en un grupo numéricamente declinante como consecuencia de una economía globalizada y diversificada. En este tipo de economia, los actores protagonistas  son unas empresas altamente sofisticadas expertas en delegar partes de su proceso productivo a otros países y/o empresas.  La importancia de los trabajadores manuales ha ido decreciendo, al imponerse otro tipo de ocupaciones más enfocadas a la administración y al diseño.  La fragmentación de las circunstancias de vida de las clases populares derivada de este hecho ha propiciado la perdida de identificación de clase. Las organizaciones que antes representaban los intereses de este tipo de trabajadores se han visto superadas por la situación y están siendo progresivamente marginadas del escenario político.

Crouch sostiene, que al tiempo que las formas democráticas se mantienen vigentes, la política y el gobierno están volviendo a ir cada vez más de redil de las élites privilegiadas (encarnadas en la figura de  directivos, accionistas y dueños de grandes empresas)  al modo característico de cómo ocurría en la época pre-democrática; consecuencia de esto es la creciente impotencia del activismo igualitario.

El concepto posdemocracia nos ayuda pues a describir aquellas situaciones en las que el aburrimiento, la frustración y la desilusión han logrado arraigar tras un momento democrático. Los poderosos intereses de una minoría cuentan mucho más que los del conjunto de las personas corrientes a la hora de hacer que el sistema político les tenga en cuenta; o/y aquellas otras situaciones en las que las elites políticas han aprendido a sortear y a manipular las demandas populares y las personas deben ser persuadidas para votar mediantes campañas publicitarias.

Los cambios asociados a la posdemocracia producen en la población una clase de sensibilidad política más «flexible». Hemos dejado atrás el concepto de gobierno popular para poner en duda el propio concepto de gobierno. Tal situación se refleja en el cambiante equilibrio en el seno de la ciudadanía, el abandono de las actitudes respetuosas hacia el gobierno, el trato dispensado a los políticos por los medios de comunicación, la insistencia en una apertura total por parte del gobierno; y la reducción de los políticos a una figura más parecida a la de un tendero que a la de un gobernante, siempre tratando de adivinar los deseos de sus clientes para mantener el negocio a flote.

En la posdemocracia el mundo político fabrica su propia respuesta ante la posición poco atractiva y subordinada en la que amenazan con colocarlo los capitostes de las grandes empresas. Incapaz de volver a la posición inicial de autoridad y de respeto y de distinguir las demandas que le formula una población fragmentada, recurre a las conocidas técnicas contemporáneas de la manipulación política, las cuales le proporcionan todas las ventajas asociadas al hecho de descubrir los puntos de vista del público sin que este último pueda controlar el proceso por sí mismo. También imita los métodos de otros sectores: el mundo del espectáculo y el marketing. En la posdemocracia, la política intenta imitar a la publicidad con mensajes muy cortos que requieren un nivel de concentración bajo, así como con palabras y titulares que forman imágenes impactantes en lugar de argumentos que apelen a la inteligencia. La publicidad no constituye una forma  de diálogo racional, pues no construye un argumento sobre la base de evidencias, sino que asocia productos a una imaginería particular. No hay posibilidad de respuesta. Su objetivo no es entablar debate, sino persuadir para comprar. La adopción de estos medios ha ayudado a los políticos a acercarse a la gente pero no ha servido en igual medida para la causa de la democracia.

Un fenómeno adicional causado por esta degradación de la comunicación política de masas es la creciente personalización de la política. La promoción  de las supuestas cualidades del líder del partido y las imágenes de él o de ella adoptando poses apropiadas están sustituyendo cada vez más el debate sobre las cuestiones políticas y los conflictos de intereses. Esto permite a líderes carismáticos con un conjunto vago e incoherente de propuestas políticas dirigirse a un público que ha perdido su identidad política. Es entonces cuando la competición electoral adopta  la forma de una búsqueda de individuos íntegros y poseedores de carácter. Se trata de una búsqueda inútil , ya que en unas elecciones los electores no tienen la información necesaria como para hacer este tipo de juicios. En lugar de esto lo que ocurre es que los políticos se dedican a promocionar una imagen de honestidad y de integridad personales, al tiempo que sus adversarios no hacen más que intensificar la búsqueda de evidencias de lo contrario.

Esta es la causa de las paradojas de la política contemporánea; las técnicas para manipular a la opinión pública y los mecanismos para abrir la política al examen público son más sofisticados que nunca, al tiempo que el contenido de los programas de los partidos y el carácter de las rivalidades partidistas se están convirtiendo en algo crecientemente anodino e insípido. Este sistema no es antidemocrático, porque gran parte de él emana del nerviosismo con el que los políticos afrontan relaciones con el público, pero es difícil concederle dignidad democrática, a tenor del gran número de ciudadanos que han sido reducidos en él al papel de participantes ocasionales manipulados y pasivos.

En la posdemocracia sobreviven prácticamente todos los elementos formales de la democracia, lo cual es compatible con la complejidad de un periodo “pos”. No obstante, debemos esperar una cierta erosión a largo plazo, a medida que, hastiados y desilusionados nos alejemos cada vez más de nuestro concepto máximo de democracia. También debemos esperar la desaparición de algunos apoyos fundamentales a la democracia y por tanto un retorno todavía más pronunciado a algunas de las situaciones características del periodo predemocrático, retorno cuya responsabilidad es atribuible a la globalización de los intereses empresariales y a la fragmentación del resto de la población.

En muchos países ya se vislumbra algunas de las consecuencias de esta situación. El Estado de Bienestar se está convirtiendo poco a poco en algo residual, los sindicatos han sido apartados a los márgenes de la sociedad. El papel del estado como policía y carcelero vuelve a primer plano. La distancia entre ricos y pobres está creciendo. El sistema impositivo se vuelve menos redistributivo. Los políticos responden de manera prioritaria a las demandas de un puñado de líderes empresariales, permitiendo que sus intereses particulares se conviertan en políticas públicas. Gradualmente los pobres dejan de mostrar interés en el proceso político y ni siquiera se molestan en ir a votar, volviendo a la posición que se vieron obligados a ocupar en la época predemocrática.

8 comentarios sobre “Libro:»Posdemocracia» de Colin Crouch

  1. Realmente lamento no haber encontrado este concepto, posdemocracia, antes, porque vivia creyendo que era una cuestion de personas y no de organismos lo que pasa en el mundo. En paises como el mio el grado de complejidad es mayor, porque los empresarios son los mismos politicos y hacen lo que quieren sin intermediarios. Presentan una escenografia democratica, con marketing y gobiernan como si fueran la corte de los reyes.

  2. Me hace una enorme gracia ese argumento tan manipulador, este si, de que el concepto y su desarrollo en este libro peca de un cierto «izquierdismo» que lo aleja del discurso académico contrastado. Habría que preguntarse por la base sobre la que se sustenta ese contraste. No se por qué se ha de tomar como dogma de fe inalienable el argumentario académico actual sobre la constitución de la sociedad y de la economía cuando lo que se demuestra, con una mera observación empírica sin que haga falta curva de Gauss alguna, que la civilización actual basada en el modelo económico emanado de los neoliberales Friedman y Hayek diseñado en un libre mercado que se auterregula por si mismo y en que la sociedad esta constituida por un montón de «yoes» que compiten por los servicios y por el beneficio, ha fracasado y es falsa. Muy al contrario, la panorámica actual demuestra largamente la tesis del libro sin necesidad de echar mano de izquierdismo alguno. El capitalismo desbocado de Friedman y Hayek es antidemocrático y promueve un darwinismo social intolerable y cuyo rumbo no es otro que la destrucción de la propia especie amen de las otras. El gran error, enorme error, fue pensar que el fracaso del modelo socialcomunista implicaba la verdad suprema del capitalismo salvaje tan predicado desde el mundo académico. Mira por donde va a ser el propio capitalismo el que se va a fagocitar a si mismo.

Deja un comentario